Sur Nomade

Puerto Sánchez

“¿Cómo te diría? …Oye, nosotros los mineros venimos de cualquier parte, venimos a aventurar, a trabajar en cualquier cosa, a vivir como venga y a morir del mismo moo”

(Antonio Acevedo Hernández – “Chañarcillo”)

Es cierto, llegan de todos lados. Han dejado el arado, los arreos o las redes y se han convertido de un día para otro en mineros. Inventan caminos, atraviesan territorios superando cualquier desafío que la geografía o el clima imponga. Buscan la promesa de un futuro mejor. Llegan de a dos o tres, con familia o sin ella, enganchados o dateados por la paga, apostadores de la vida que no tienen otra cosa que perder. Se instalan en campamentos improvisados por la urgencia de habitar. Hoy carpinteros, mañana camineros, pirquineros y lo que sea necesario para iniciar la faena. Era la década del 30 en Puerto Cristal y del 40 en Puerto Sánchez. No había caminos, comunicación ni abastecimiento permanente. La minería abrió rutas lacustres y terrestres, construyó muelles, trajo embarcaciones e hizo surgir un mundo humano donde no lo había. Minería con botas de goma y overoles, de quemaduras en las manos y accidentes dolorosos. Minería de personas, las que fundan una actividad que identifica a un país.

Hay un hilo invisible que los une, desde las pampas en el desierto, la humedad de los piques de carbón hasta la fría minería de la Patagonia. Desde Humberstone y Santa Laura, Chuquicamata y Sewell, Lota, Coronel y Lebu hasta Puerto Sánchez y Puerto Cristal. Los une el esfuerzo contra la total hostilidad del clima, las lejanías y la esperanza de un mejor pasar.

Puerto Sánchez y Puerto Cristal significan un poderoso impulso económico a la región de Aysén, oportunidades de trabajo y un desarrollo que no siempre los mineros pudieron disfrutar. No solo se ofreció el esfuerzo compensado por un buen pago, también se comprometía la salud en algunos procesos de la faena. La silicosis es producto del descuido en la seguridad laboral, una triste cicatriz en el cuerpo de la minería, un concepto que no se asumió completamente, aunque hubiera esfuerzos reconocidos y notables que destacaron frente a la actividad minera de la época. Pero la definición de la enfermedad era reciente, (1870), por tanto, no era un tema con información suficiente y la seguridad tampoco era una prioridad según los registros y testimonios de los trabajadores.

El minero no conocía los riesgos, no se le prevenía, no se usaban mascarillas para los gases y el polvo y tampoco indumentaria como la que conocemos hoy.   Tras cinco, diez o veinte años se presentan síntomas de la enfermedad. En la actualidad, la gran minería la previene, pero en las realidades de pequeñas minas no siempre se toman los mejores resguardos, menos aún en los inicios del siglo XX.

Hoy las plantas parecen esqueletos gigantes de animales ya sin vida, pero a su alrededor la vida insiste en permanecer, no solo en la historia de la Patagonia y quienes allí vivieron sino también en sus familias y los que aún permanecen como testigos de que vinieron de muchas partes…

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